URUAPAN, Michoacán, abril de 2023.- El tradicional desfile de Las Aguadoras, es un ritual, mediante el cual, se pide a la madre naturaleza, que no falte el agua a la población. Una tradición, a cargo de los barrios tradicionales de Uruapan, quienes lo han mantenido vivo, y que se lleva a cabo, en el marcio del Tianguis Artesanal de Domingo de Ramos.
Pero esta tradición, apenas renació en 1977. Señala Maya Lorena Pérez, – doctora en antropología social; hija de Manuel Pérez Coronado (Mapeco) – en el libro Las Aguadoras de Uruapan, que, anteriormente, el ritual se celebraba el sábado de Gloria, sin embargo, el padre José Luis Calderón Tinoco, de la parroquia de San Francisco, cambió la fecha al Domingo de Pascua, ese año de 1977.
Después del desfile, se realizaba una convivencia en el Parque Nacional, comida y gran ambiente. Las Aguadoras, llenaban sus cántaros de barro, en el manantial de la Rodilla del Diablo, partían en desfile hasta el templo de La Inmaculada, donde se ofrecía una misa.
Inicialmente, en 1950, ese manantial tenía un aforo de 19 metros cúbicos por segundo; en 1970, apenas 17.5 metros y para 1997, el aforo era de 8 metros cúbicos, en la actualidad, es una lástima dicho manantial, se encuentra en el total abandono y descuido. Se desconoce el aforo.
Debido a que, en estos momentos, no se cuenta con las condiciones debidas en el Parque Nacional, Las Aguadoras, tendrán que llenar sus cántaros, con agua de la fuente en el monumento a Fray Juan de San Miguel, de donde partirá el contingente.
Anteriormente, según testimonios orales, señala la investigadora Maya Lorena, participaban solamente doncellas, muchachas, señoritas solteras, en edad casadera, por eso, el blanco del mandil, como símbolo de la pureza de la aguadora.
Este ritual, pudo haberse suspendido allá por 1933, debido a problemas entre personas que se embriagaban y creaban conflictos.
En el renacimiento, a partir de 1997, participaron muchas, muchas personas, desde mucho tiempo antes, en la organización, como Benjamín Apan Rojas, María Lemus Carrión, Trino y María Esperanza Rodríguez, Jesús Montelongo, Patricia Bucio Escobar, Enrique Valencia Oseguera, Raquel Hernández Salazar, Toñita Rodríguez Chávez, Francisca Tulais Urbina (pachita), Ma. de la Luz Tungüí Olivo, Gustavo Flores Bailón, Trino Rodríguez, Laura M. Rivera Soto, Raquel Hernández, Lupita Calderón, Gerardo Paleo Flores y otros.
En aquel inicio, apenas fueron unas 50 aguadoras; ahora rebasa el millar y ya participan mujeres de todas las edades, de todos los barrios tradicionales de Uruapan, cada uno, lleva la insignia de su santo patrono y al frente, la respectiva Ireri. Parten del jardín a Fray Juan de San Miguel, frente al Parque Nacional, toman Emilio Carranza y hasta el templo de La Inmaculada.
Ahí, se ofrece una misa, se bendice el agua y luego, las aguadoras, se encamina a la Uatápera, donde se habrá de entregar un reconocimiento a los participantes. Cada comitiva, regresa a su respectivo barrio, con el agua bendecida y hacen sus fiestas.
El traje de las aguadoras, consta de un rollo, enagua, mandil, guanengo bordado o deshilado, rebozo libre sobre la espalda o cruzado, también como molde de rodete en la cabeza o huancipo, donde se coloca el cántaro. Aretes y huaraches.
La trenza, con tejido sencillo o adornado de coloridos listones. Van algunos hombres, que ayudan en la organización y logística, con el traje tradicional purhépecha; camisa y pantalón de manta, bordados, sombrero de palma, morral, huaraches, gabán de la sierra y un guaje con agua. Los hombres no bailan, van de apoyo a la aguadora.
Pero el objeto más importante, aparte de la aguadora, es el cántaro de barro, que es adornado, de acuerdo a la creatividad de cada barrio, según la tradición, lleva flores, frutas, dulces, botellitas de licor y artesanías del tianguis, de barro o madera.
Se trata, pues, dice Maya Lorena Pérez y Benjamín Apan, de un ritual espiritual; una tradición renacida. Las aguadoras, continúan con ese ritual de llenar el cántaro de agua, danzar en la procesión, recibir la bendición del agua, retornar a su barrio y, distribuir el agua bendita.
Leyenda de la Rodilla del Diablo
Todo era un paraíso en Uruapan. Pero un día, un muy amargo día, voló por toda la comarca, la noticia de que el río Cupatitzio, se había secado. Los manantiales habían desaparecido. Envidioso el Diablo, de las alabanzas que se le tributaron a Dios, por las bellezas del río, resolvió agotarlo y él, en persona, se metió en los manantiales para acabarlos.
Los pajaritos, se morían de sed; las flores, se habían marchitado; el exuberante follaje, antes verde y lleno de lozanía, presentaba ahora el aspecto de algo calcinado; las frutas, se caían de los árboles sin madurez y sin vida; los verdes arrozales allá, en la llanura, se morían.
Por las noches, cuando el viento cantaba en las ramas de los pinos, las tigresas y las leonas bajaban de las madrigueras con sus cachorritos a apagar la sed en el río y lo encontraban árido y seco. Husmeaban por todos lados, y cuando se cansaban de buscar inútilmente, se retiraban a sus guaridas, dando lúgubres aullidos de desesperación. Las jovencitas que iban por agua, se volvían con los cántaros vacíos y con los ojos llenos de lágrimas. Ya todos pensaban huir y dejar desierta la población.
¡Pero Fray Juan, velaba por su pueblo!
Desde que supo la terrible noticia, multiplicó sus ayunos, aumentó sus disciplinas, prolongó sus rezos. Una tarde, congregó al atribulado pueblo de Uruapan. Los exhortó a tener fe ciega en Dios, dador de todo bien, y los invitó para que al día siguiente, llevasen en gran procesión, al lugar donde estaba el río, la imagen de la Virgen Inmaculada.
Toda la ciudad, hondamente conmovida, se presentó para asistir a la procesión. Abrían éstas los ciriales y la cruz alta; seguían los niños que, sin darse cuenta exacta de los acontecimientos, guiaban sus pasos inocentes hacia el exhausto río. Las mujeres llorosas, enlutadas, entonaban cantos para implorar la misericordia divina.
Seguía la imagen de la Virgen, en un bello dosel azul celeste, llevada en hombros por las más guapas doncellas uruapenses. Iba en seguida, Fray Juan de San Miguel, pálido, con la capa pluvial morada y con el ritual en las manos. Cerraba el cortejo, una inmensa multitud de varones que, dolorosamente, musitaban mil plegarias.
Al llegar a los manantiales, Fray Juan, empezó el exorcismo.
Y cuentan las más viejas tradiciones que, cuando el santo religioso hizo el asperges, al caer el agua bendita entre las sedientas piedras, se escuchó una detonación espantosa, unida a temblores de tierra y a olores nauseabundos de azufre, y que un monstruo horrible escapó de los veneros. Al pasar frente a la Virgen, dobló la rodilla y dejó la huella en la roca dura. Hoy día, existe esa huella, a un lado del manantial y se le conoce con el nombre de, “La Rodilla del Diablo”.
Los niños corrían espantados, las mujeres gritaban horrorizadas, todos se sentían presas de un pavor indescriptible por unos instantes.
Cuando pasó aquella horripilante pesadilla, el pueblo, lleno de júbilo, vio con sus propios ojos, que nuevamente los manantiales dejaban escurrir el agua transparente; las doncellas, con la sonrisa en los labios, llenaban los cántaros de agua y se los ponían sobre la cabeza, llevándolos en forma tan gentil y garbosa, como hoy día lo hacen el Sábado Santo, para la bendición del agua. Lo que se conoce como el ritual de Las Aguadoras. Desde entonces, también, coronadas de rosas, bailan y entonan las alegres y sin par canacuas.
El cauce seco, se llenaba de líquido. El Cupatitzio, había resucitado por la Gracia del Señor, pues ahora, seguía cantando su eterna canción. Desde entonces, el Cupatitzio, sigue siendo, según su nombre lo indica, río que canta; cuando nace, su canción es dorada e inquieta como la llama, porque, se divide con las arenitas de oro. Más abajo, el lecho es rojo como los rubíes. Llega a “el baño azul”, en donde entona una canción modernista.
Se deslizan después las aguas, entre cafetales floridos, por entre verde follaje y huertas de plátanos y mameyes, naranjos y limoneros. Aquí, su canción es de esperanza. Cuando llega a la Camelina, se viste de color blanco y su canción es de cristal al despeñarse en una pequeña catarata llamada “el salto de Camelina”.
El Cupatitzio, limpio y puro, prosigue su camino bajo un palio bordado de verde, recibiendo la ofrenda de mil flores. Riega la “floresta” y “los cedritos”, da energía a las fábricas, alegría a las huertas, vida a toda la ciudad y a todos los poblados.
Así, en un recorrido triunfal, hasta que llega a “La Tzaráracua”, en donde, en un solo canto, sintetiza todos los que ha entonado. Concierto majestuoso, sinfonía de mil notas nunca oídas, y arco iris de colores insospechados. lhm.
Bibliografía.
Zavala Paz, José, “Bocetos Michoacanos”, México, 1953.
Selección del texto, Sergio Ramos Chávez, Cronista de la Ciudad de Uruapan.
Pérez Ruiz, Maya Lorena y Apan Rojas, Benjamín. (2022). Las Aguadoras de Uruapan. Ritual de vida y esperanza. Imprenta de Juan Pablos, S.A.