Soy Carlos Victoria Bañales. Nací en Tancítaro, el 27 de julio de 1910.
Cuando el señor Antonio Reyes Fernández fue Presidente Municipal, en el año de 1958, me llamó para colaborar en su administración, como Inspector de Policía y por órdenes expresas de él, el cuerpo de policía a mis órdenes ejerció una verdadera campaña en contra de los hambreadores del pueblo.
Se llegaron a recoger canastos enteros de pan bolillo y fueron vendidos en la propia inspección de policía (anexa al Palacio Municipal, en la esquina de 5 de Febrero y Morelos) al precio oficial al público.
Se pudo controlar a los panaderos y expendedores de tortillas, pero cuando se daba la batalla sobre los introductores y productores de leche, el pueblo no respondió, nos dio un golpe traicionero y sucedió lo que no he podio olvidar.
La lucha en contra de nuestro buen amigo Mario Martino, entonces presidente de la Unión de Introductores de Leche, casi llegaba a su fin, cuando vio la inflexibilidad de las autoridades para permitir el aumento del líquido básico.
Diariamente durante las veinticuatro horas, todo el cuerpo de policía patrullaba la ciudad, vigilando que los lecheros vendieran su producto al precio autorizado: $1.00 el litro y que no fuera mezclada con agua.
En compañía del inspector de salubridad, señor Salvador Cárdenas y dos miembros de la prensa local, la señorita Martalina Barreto y el profesor Sabás Razo, recorríamos los lugares de expendio, conocidos, para verificar que se cumpliera lo dispuesto.
La leche que estaba adulterada, era tirada de inmediato. La que reunía las condiciones de salubridad pero la cual el vendedor ofrecía a mayor precio, era recogida. Se llevaba a la inspección de policía y ahí vendida al precio oficial. El producto íntegro de su venta total, le era entregado al dueño.
Por muchos días se prolongó esta situación. Los sacrificios que representaban para los policías, que sin ningún estímulo extra, venían trabajando sin descanso en bien de la causa común del pueblo, sólo eran alentados al ver que la batalla estaba por terminar y que la victoria estaba a la vista.
Pero algunas madres de familia, argumentando que sus crías no podían estar sin tomar leche, empezaron a comprar a escondidas. Llegando al grado de esconder, bajo el rebozo o cualquier otra prenda de vestir, el trasto donde les habían servido el producto adquirido en el mercado negro, al precio que los hambreadores le ponían, sin pensar que con esta actitud mandaban por la borda la campaña entera de un pueblo. Es obvio decir que estas amas de casa pertenecían a la clase media superior.
Las presiones de los grupos más elitistas de la ciudad empezaron a darse a conocer y sabotearon la campaña del pueblo. Los hambreadores triunfaron ante la debilidad de la clase pudiente económicamente, pero que como tiene dinero, no sabe de las luchas por la vida en las esferas más bajas.