ISAURO GUTIÉRREZ/ MORELIA, MICH./ DOM-02-ENE/ La novela clásica de Mario Puzo, “El Padrino” llevada a la pantalla grande y seguida de una zaga de otras dos películas, recobra vigencia y es necesario que quien no la haya leído, lo haga para que entienda muchas de las cosas que están ocurriendo en Michoacán. Es asombrosa la manera como se reproducen circunstancias y estrategias en el terreno de la delincuencia organizada.
En esa historia novelada, que muchos aseguran es la vivencia real de uno de los más grandes capos de la mafia de la época de los 40’s en Estados Unidos, se representa la vida de Vito Corleone, originario de la isla de Sicilia, en Italia, quien creó un imperio a partir de la venta de protección.
En esa época, las estructuras de gobierno se encontraban sumamente debilitadas, luego de la gran depresión, por lo que existían muchos espacios vacíos en la aplicación de la justicia pronta y expedita.
La corrupción en las esferas gubernamentales era común en todos los niveles, de ahí que quienes eran víctimas de delincuentes o inclusive del propio gobierno, se veían desamparados ante la falta de una entidad que los protegiera.
Ese escenario fue un extraordinario caldo de cultivo para que Vito Corleone construyera su imperio a través de redes de corrupción y complicidades con mandos policiales y jueces, a quienes tenía en su nómina.
Bajo estas circunstancias, el ciudadano común que era víctima de una injusticia, acudía al capo para pedirle que lo ayudara en su problema. Esa ayuda, que no siempre se entregaba sin condiciones, representaba también un eslabón más en la enorme cadena de complicidades y de favores que fue el basamento sustancial de la mafia siciliana.
La repetición de este esquema hizo que poco a poco, la sociedad se sintiera más identificada con los mafiosos que con el gobierno que había elegido y que pocas veces respondía a las expectativas sociales, de ahí que se diera una especie de protección mutua entre los delincuentes y los ciudadanos.
La venta de protección fue el gran negocio de la época, porque el crimen organizado controlaba ya los sindicatos de trabajadores, las estructuras gubernamentales y con ello, controlaba también a los empresarios, quienes preferían pagar las cuotas exigidas por sus protectores, que acudir al gobierno, el que, a final de cuentas no hacía nada por ellos a cambio de los impuestos que pagaban.
“Le haré una oferta que no podrá rechazar”, decía El Padrino cuando se le preguntaba la forma en que lograría sus propósitos, y esa oferta, invariablemente, tenía que ver con conservar la propia vida, la de sus familiares o la seguridad de sus empresas y negocios.
Cada uno de los aspectos de la vida productiva era controlado por la mafia, desde los vendedores callejeros, hasta las más grandes empresas y claro, los que detentaban el verdadero poder, se hacían llamar a sí mismos hombres de negocios y benefactores de la sociedad.
Era tan deficiente la estructura gubernamental de esa época, que uno de los mafiosos más conocidos, Al Capone, nunca fue acusado de un solo homicidio, robo o extorsión. Lo único que pudo hacer el gobierno fue procesarlo por evasión de impuestos, porque no había manera que alguien declarara en su contra, por temor, o por complicidad.
La única salida para el problema fue la propia decisión de los mafiosos, quienes se retiraron del hampa, para dedicarse a otros negocios que les fueron ofrecidos en bandeja de plata: los casinos, donde el juego legalizado, les permitía obtener ganancias aún más jugosas, sin tener que andar a salto de mata.
A ellos los vinieron a sustituir más tarde los narcotraficantes, quienes, hasta la fecha, mantienen el liderazgo en la materia.
Desafortunadamente, ahora el fenómeno se está invirtiendo y quienes antes se dedicaban sólo al tráfico de estupefacientes, han vuelto la vista al negocio de la venta de protección, una especie de retroceso histórico que a nadie en el gobierno federal parece interesarle.
Las manifestaciones callejeras en apoyo a la delincuencia y en contra del gobierno federal, no son otra cosa que una muestra de lo que está sucediendo en una sociedad convulsionada y abandonada por quienes debieran protegerla.
Los jóvenes que salen de las escuelas no encuentran trabajo y si lo logran, este no corresponde a su preparación y mucho menos al ingreso que debieran obtener por el esfuerzo de muchos años en las aulas.
Los más de 23 mil solicitantes de plazas que acudieron a la oferta de 400 lugares de trabajo en la Secretaría de Educación gritaron, con su presencia la verdadera realidad que nos envuelve, sólo que nadie escucha.