Lamberto HERNÁNDEZ MÉNDEZ/ ZACÁN, MICH./ MAR-02-NOV/ La ancestral tradición de honrar a nuestros muertos, sigue viva; la Meseta Purhépecha es singular en ese aspecto, pero cada una de las comunidades, tiene sus particularidades y tal es el caso de Zacán, cuna de los mejores compositores de sones, abajeños y pirekuas, por ello, el Día de Muertos se distingue por la diversidad de música que entonan los grupos en entorno de una tumba.
El panteón de la localidad, ubicado a unos 500 metros al norte, se convierte en uno y dos de noviembre, en el centro de atención y centro de convivencia de personas que asisten a visitar a familiares y amigos, de aquellos que se nos han adelantado en el camino.
Ofrendas, flores, coronas, comida y fruta, departen para todos los familiares de aquellos que han fallecido en el último año, ya sean angelitos o adultos; es una gran fiesta en honor a los muertos. Es su día.
Sin embargo, hay una particularidad, aquí, en la tierra de buenos y excelentes compositores de música purhépecha, los descendientes les llevan al pie de la tumba, un grupo musical para que entonen aquellas maravillosas obras que en vida compusieron, que ejecuten aquellas partituras que han quedado como herencia para la posteridad, como un homenaje, como un recuerdo y como un reconocimiento.
Ya sea “Chamé” con sus hijos, Sergio Cortés, Luis Ramos y tantos y tantos músicos que desinteresadamente se dan cita año con año al panteón de Zacán, para entonar los sonecitos, los abajeños o las tradicionales pirekuas como aquella de tío Lambertino Campos que reza: “vamos para el cerrito, luego para el calvario, por último llegamos a la pilita, desde allí vemos todo Zacán”.
Digno de reconocer es que no lo hacen por cuestiones económicas, nos dijo Chamé que era por tradición y que así como ellos van, lo hicieron otros anteriormente y que algún día les tocará a ellos estar en la tumba, escuchando la música de nuestro pueblo, acompañado de familiares y amigos, pidiendo aquella canción que les gustaba y refrescándose con alguna bebida.
Desde temprana hora, la fila por la calzada hacia el panteón local, se ve interminable, de colores, todos van a visitar la tumba de sus seres queridos; poco antes del mediodía, la celebración de la misa, los altares en aquellas tumbas de los fallecidos durante el último año, el saludo afectuoso y sincero con quienes durante mucho tiempo no se han visto y se reencuentran ahí; intercambian fruta, una bebida refrescante, mientras platican lo que a pasado durante el tiempo que no se han visto.
La música se escucha desde la entrada principal, todos se alegran y hay que solicitarles a los músicos que acudan a la tumba de su familiar, poco a poco, uno a uno, se van acercando a la tumba del familiar y escuchar la majestuosidad de La Josefinita, Flor de Canela, Malé Francisquita, Piedritas del Volcán, Lápiz y Cuaderno, Adiós California, La Nendiskita, y tantas y tantas más.
Antes del crepúsculo, hay que regresar, igual como llegaron, inicia el exódo, habrá comida en casa de mi primo Lacos, en casa de mi tío Reynaldo Aguilera, en casa de Don Juáquiro y de mi tío Daniel Hernández, entre otras. Allá seguirá el convivio familiar por un buen rato. Mientras, se juntan los niños, se organizan y empiezan a formar un grupo de “soldaditos”, se cuentan, gritan, derriban todo a su paso; imitan a los soldaditos que la noche anterior recorrieron las casas del fallecido el último año. Van aprendiendo y serán el futuro ejército que defenderá a sangre y fuego, las tradiciones de Zacán.