FERNANDO S. RAZO/ URUAPAN, MICH./ LUN-09-AGO/ Hablar de Cultura tiene usual y lingüísticamente dos vertientes: (1) Una esta relacionada con la cantidad de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico; y (2) otra con el conjunto de valores, modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, de una época o de un grupo social.
Comúnmente nos referimos a un ente culto cuando se trata del primer aspecto y nos referimos a la cultura de un pueblo en la segunda acepción.
Evidentemente ambos conceptos los fortalecemos como individuos sobre todo en la primera infancia, pero, sin pretender desatender lo segundo, el sistema educativo tradicional da más atención a lo primero.
Un sistema educativo bien cimentado y bien orientado fortalece la capacidad de los pobladores de una nación para desarrollar juicio crítico y todo lo que ello implica para beneficio del país.
En México tuvimos Vasconcelos, Torres Bodet, Pablos Latapi que siempre tuvieron en claro y lucharon por este enfoque. Pero, a pesar de ellos y de otros esforzados, la dolorosa evidencia de estos tiempos no la podemos evadir.
El sistema educativo mexicano se ha vuelto un ente anquilosado en su propia inmundicia.
Y no obstante, en este ambiente surgen también “Garbanzos de a Libra”, más por la honrosa propia iniciativa de un enjundioso mexicano que lucho por su preparación, o por la no menos meritoria labor de excepcionales docentes que se obstinan con orgullo en mantener la esencia de lo que debiera ser el tema educativo en nuestro país.
¿Que nos ha pasado para llegar a este aberrante punto? ¿A esta situación donde el educando y sus mismos padres o tutores, en forma general, apuestan solamente a ser unos coleccionistas de certificados, de diplomas y de títulos universitarios?
El estatus es un valor cultural inherente a todos los grupos sociales, mismo que en la medida de lo posible y de forma natural, cada persona trata de mejorar por el reconocimiento y los beneficios que ello implica.
Todavía en los años 60 y 70 del siglo pasado, en el campo laboral, el hecho de concluir los estudios de una carrera profesional era genéricamente muy meritorio y recompensado. Pero posteriormente, el desempleo ha tendido a ser la característica dolorosa que identifica en gran número a los egresados de las instituciones educativas de nivel medio y superior.
Con modestia conjeturo que la descomunal problemática a resolver se basa en que el sistema educativo es una herramienta que por sí misma protege al sistema político que la contiene.
La iniciativa privada no contrata ineptos sólo para “cooperar en la creación de empleos”. Aunque tengan todos los títulos académicos posibles, la iniciativa privada solamente contrata colaboradores que agreguen valor a sus operaciones, en términos coloquiales mexicanos: “que desquiten el sueldo”.
Pero esos títulos, por contrario, tienen un valor muy importante para el propio sistema educativo que se realimenta con sus propios productos que cumplen los “requisitos” que ellos mismos establecen. Igualmente, las instituciones gubernamentales ven con agrado, o como compromiso, contratar profesionistas del propio sistema que ellas sostienen con los impuestos de los mexicanos.
De esa forma, el sistema se protege a sí mismo para justificar su razón de ser.
Y desde el punto de la teoría de sistemas se entiende la protección del estatus quo, pero la misma teoría explica la importancia de romper paradigmas y de encontrar puntos de apalancamiento para hacerlo.
Actualmente los méritos de las instituciones educativas se miden con parámetros absurdos como número de egresados, promedios de calificaciones, titulaciones, etc., mismos que son indicadores manipulables por el propios sistema. Y con esos parámetros se ponen objetivos que determinan derecho al presupuesto. Lo viciado del círculo de retroalimenta de esa manera.
¿Porqué no condicionar presupuesto al grado de aceptación y a los niveles de responsabilidad que se les asigna a los egresados en el ambiente laboral, al desempeño de egresados en exámenes de admisión a instituciones del siguiente nivel, o a los resultados de evaluaciones respecto a instituciones nacionales o internacionales de reconocido prestigio? Los exámenes de CENEVAL y los EGEL son herramientas vigentes que normalmente se eluden para evitar evidenciar lo que se tienen tan claro del sistema educativo. Y se eluden porque sus resultados evalúan simultáneamente al alumno, a sus maestros, a la institución educativa involucrada y al sistema educativo en general.
La capacitación de la planta docente es un buen inicio, como lo es también la evaluación sistemática que debe estar implícita. Lo que no se mide no se controla, ni se mejora, por ello la importancia de los mencionados CENEVALES que, los más interesados en mantener el estado de las cosas, tanto censuran.
La manipulación corrupta de un sindicato poderoso que vive de nuestros impuestos es otro componente que también lucha por sostener el estado de las cosas.
Y es importante señalar que al igual como le ocurre dentro de un cuerpo vivo a un ser diferente, quienes sugieren, proclaman o hasta hacen labor meritoria para cambiar las cosas en ese entorno, se vuelven reos del sistema que los amenaza y hasta los penaliza por su osadía.
De ese tamaño es el monstruo glotón que debilita al país entero y que hasta canibaliza a sus propios allegados.
De esas proporciones es el problema. De esa dimensión tiene que ser también la consecuencia de operar el punto de apalancamiento que le dé giro benéfico a la situación educativa que impide a obvias el crecimiento de nuestro país. De ese tamaño debe de ser la determinación valiente del gobernante que le quiera poner el cascabel al gato. Y de ese tamaño debe ser el compromiso de la mayoría de los mexicanos para apoyar una decisión tal.
Ing. Fernando S. Razo