FSRJ/ URUAPAN, MICH./ MAR-02-MAR/ De acuerdo con el artículo 41 de nuestra Carta Magna, una labor constitucional de los partidos políticos es “ . . . contribuir a la integración de la representación nacional y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público contribuir a la integración de la representación nacional y como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo . . . .”.
Las alianzas o coaliciones son, sin lugar a duda, una forma de contribución de los partidos a esa razón de ser que considera el citado artículo.
Pero su legalidad en sí no es objeto de discusión. Es en la forma de concretar las alianzas a lo que la propia Ley obliga en congruencia “con los programas, principios e ideas que postulan” y a la participación “mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo”.
Un categórico SÍ a formalización de alianzas que contribuyan a fortalecer la democracia de nuestra nación y otro categórico SÍ a la formal unión de fuerzas para enfrentar y eliminar los cacicazgos, lacra heredada de los revolucionarios institucionales.
Sin embargo, la eliminación del autoritarismo debe ser respaldada por la identificación en ideales más altos que, más allá de corrientes partidistas, nos identifican a los mexicanos.
Que el peldaño no se confunda con el objetivo de toda la escalinata.
Tampoco que la lucha contra el autoritarismo se organice centralizadamente en un ambiente de autoritarismo mismo.
Luchar contra el centralismo fue y sigue siendo un anhelo que nos identificó a muchos. Por eso las designaciones y los artilugios para instituirlas es algo que lastima profundamente lo que queda del orgullo panista y de muchos mexicanos a ese respecto.
La tentación de cultivar y cosechar la semilla que nos dejaron 70 años de “dictadura perfecta” debe se cuidadosamente evitada. Infortunadamente lo acostumbrado opaca la misma esencia errónea del hecho, lo cual permite que a la ligera se justifique la ejecución de los actos de una cultura política aberrante pero muy vigente.
Y en la lucha contra los cacicazgos es importante mandar la fortificante señal de congruencia actuando en ejemplo contra los propios cacicazgos de partido.
En los hechos más que en la retórica de los estrados partidistas, el sentir de los ciudadanos y la congruencia con principios debe ser la guía recurrente de las alianzas o coaliciones.
Los objetivos de gobierno emanados de esta forma de coaligarse deben ser claramente delineados en esta línea ciudadana y de principios compartidos.